miércoles, 13 de agosto de 2008

Pablo Neruda



He ido marcando con cruces de fuego
el atlas blanco de tu cuerpo.
Mi boca era una araña que cruzaba escondiéndose.
En ti, detrás de ti, temerosa, sedienta.

Historias que contarte a la orilla del crepúsculo,
muñeca triste y dulce, para que no estuvieras triste.
Un cisne, un árbol, algo lejano y alegre.
El tiempo de las uvas, el tiempo maduro y frutal.

Yo que viví en un puerto desde donde te amaba.
La soledad cruzada de sueño y de silencio.
Acorralado entre el mar y la tristeza.
Callado, delirante, entre dos gondoleros inmóviles.

Entre los labios y la voz, algo se va muriendo.
Algo con alas de pájaro, algo de angustia y de olvido.
Así como las redes no retienen el agua.
Muñeca mía, apenas quedan gotas temblando.
Sin embargo, algo canta entre estas palabras fugaces.
Algo canta, algo sube hasta mi ávida boca.
Oh poder celebrarte con todas las palabras de alegría.
Cantar, arder, huir, como un campanario en las manos de un loco.
Triste ternura mía, ¿qué te haces de repente?

Cuando he llegado al vértice más atrevido y frío
mi corazón se cierra como una flor nocturna.

2 comentarios:

Ángeles Castillo dijo...

neruda siempre,
como un mascarón de proa,
como ningún mascarón de proa,
con sabor a fin de mundo,
a principio,
siempre lo leí emocionada

Anónimo dijo...

Aire maestro, que le espera el etrusquismo milenario, ensortijado en cabellera de aguas marinas.

Fuego maestro, que le brinda a usted la luna su reflejo postrero y mas lastimero.

Agua maestro, que con tanto elemento solo le falta un cuento pa dejar de esnifar pegamento.

Su paco que le adora...





que la mano yo no te la doy, que no tengo dinero, pero tengo un par de bueyes que me llevan ande quiero.